miércoles, 8 de septiembre de 2010

La conexión chilena.

JORGE WEJEBE COBO
La Calle del Medio 28
Jonathan Moyle, joven periodista británico, ex piloto de helicópteros supuestamente vinculado a la inteligencia de su país, viajó a Santiago de Chile en 1990 para reportar la Feria Internacional del Aire y el Espacio (FIDAE) como corresponsal de la revista especializada Defence Helicopter World. Durante su estancia, sin embargo, trabajó en un reportaje que hubiera podido titular «Conexión chilena», sobre el contrabando de armas hacia Iraq en guerra con Irán, de la dictadura de Augusto Pinochet y la vinculación en las operaciones de Estados Unidos e Inglaterra.
En la madrugada del 31 de marzo de 1990, fue hallado muerto en la habitación 1409, en el ya desaparecido Hotel Carrera de Santiago de Chile. Inicialmente, las autoridades concluyeron que había sido un «suicidio accidental», asociado a juegos eróticos, ya que el cadáver fue encontrado semidesnudo, con la cabeza encapuchada en una funda blanca y un lazo anudado al cuello, en la puerta de un clóset. Llevaba puestos pañales infantiles.
Posteriormente se detectó la marca de una inyección entre los dedos de un pie, y se comprobó que le habían inoculado una droga que facilitó el asesinato y la manipulación de la escena del crimen, por lo que el hecho pasó a ser considerado homicidio. Al conocer la noticia, Tony Moyle, el padre, declaró su convicción de que Jonathan había sido asesinado por haber descubierto algo grave en su investigación.
Los criminalistas desestimaron el hecho de que la seguridad chilena había mantenido una estrecha vigilancia sobre la habitación de Moyle durante la madrugada del asesinato, y que habían suplantado al supervisor de seguridad del piso donde esta se encontraba. No se mencionó tampoco en el proceso la visita a Chile –durante los días 29 y el 30 de marzo de 1990, horas antes del asesinato– de Robert Gates, actual Secretario de Defensa de Estados Unidos y por entonces alto jefe y supervisor de la CIA para el contrabando de armas destinadas a Iraq en la década de l980.

El arsenal de Pinochet
La historia que quiso escribir Jonathan Moyle pudo iniciarse por las misteriosas visitas de Donald Rumsfeld –quien años después sería Secretario de Defensa del Presidente George W. Bush– a Iraq en 1983 y 1984, como enviado especial del presidente Ronald Reagan, para consolidar con Saddan Hussein una colaboración militar y financiera secreta, ya que Estados Unidos era oficialmente neutral en el conflicto.
La Casa Blanca consideraba que la victoria del régimen iraquí en la guerra contra Irán y la eventual liquidación de la revolución islámica, profundamente antimperialista o el debilitamiento de ambos contendientes, lograría un importante objetivo para su geopolítica en la estratégica zona, sin necesidad de perder un solo soldado.
Entre las numerosas propuestas que llevó Rumsfeld a nombre de Estados Unidos y de sus aliados, se encontraba una iniciativa del propio director de la CIA de entonces, William Casey, que facilitaba la adquisición por Bagdad de sistemas de bombas antipersonales o de racimo –prohibidas actualmente por las convenciones internacionales–, para frenar las oleadas humanas de las fuerzas iraníes que asaltaban con éxito las posiciones enemigas.
Las bombas, muy oportunamente, fueron copiadas de modelos norteamericanos por una empresa chilena que estableció una fábrica en Iraq. Se calcula que alrededor de 40 000 bombas fueron entregadas al ejército iraquí durante la guerra, incluyendo nuevos tipos que utilizaban combustible como explosivo, lo cual ampliaba su radio de acción.
También el gobierno racista de Sudáfrica tomó parte en el letal negocio, de forma triangular, al exportar piezas de artillería a Chile y distintos tipos de pertrechos militares que ese país revendía a su cliente árabe. Se calcula que el negocio aportó más de 400 millones de dólares al régimen chileno y sus socios extranjeros.
Carlos Cardoen, ingeniero en explosivos y rico empresario que dirigió la construcción de la versión chilena de las bombas de racimo, declaró a la prensa de su país que el propio Augusto Pinochet copió su diseño de proyectiles para producirlos y venderlos –aunque parezca increíble– a Irán, con lo cual además de obtener grandes utilidades, estaba en sintonía con el doble juego norteamericano que durante el conflicto comerció armas de forma encubierta también con la nación iraní y utilizó el dinero obtenido para el tráfico de drogas en Centroamérica, así como para el sufragio de la contra nicaragüense que se enfrentaba al gobierno sandinista
El ex alto oficial del Mossad israelí, Ari Ben-Menashe, mencionó en su libro Profits of War (Ganancias de Guerra) que en ese tráfico participó de forma destacada Mark Thatcher, hijo de la ex Premier británica, que visitó Chile en más de una oportunidad, por la relación de negocios que mantenía en el mercado de las armas con el propio Augusto Pinochet y su familia. Otras investigaciones señalan que pudo haber coincidido en Santiago de Chile en la misma fecha del asesinato de Jonathan Moyle. Margaret Thatcher siempre justificó el tráfico de armas hacia Iraq y la participación de su hijo en esos turbios negocios.
Los embarques de material bélico por vía aérea para Iraq e Irán eran utilizados además para tráfico de drogas, fabricadas en los laboratorios del ejército chileno bajo la supervisión del químico Eugenio Berrios, asesinado en Uruguay en 1992 para evitar que diera su testimonio sobre los crímenes de la dictadura. Según recoge en su libro, Pinochet, the politics of torture, el escritor inglés Hugo O´Shaughnessy afirma que en la transacción participaron además contrarrevolucionarios cubanos radicados en Miami.
El ex general Manuel Contreras, ex jefe de los servicios secretos de Pinochet y actualmente condenado por graves crímenes, en sus testimonios ante la justicia atestiguó ampliamente sobre la producción de cocaína por ordenes del dictador y su vinculación con el tráfico de armas.

Operación limpieza
En el entorno de Jonathan Moyle ocurrieron misteriosas muertes. Pocos días antes de su homicidio, fue ultimado en Bélgica, posiblemente por el Mossad israelí, el canadiense Gerald Bull, ingeniero diseñador de cañones y cohetes que trabajó para Saddan Hussein; el inglés Ian Spiro, pieza clave en la venta de armas a Irán e Iraq, fue encontrado muerto en su auto antes de que declarara a una comisión investigadora del Congreso de Estados Unidos en 1995. También su esposa y sus dos hijos fueron asesinados mientras dormían en su residencia de California.
El coronel del ejército chileno Gerardo Hubert, testigo importante del tráfico de armas de Pinochet –y que intentara comunicarse con el periodista Moyle en Santiago de Chile–, fue hallado en 1992, en las afueras de esa ciudad, con un disparo en la cabeza. Igualmente el ingeniero químico Eugenio Berrios fue ejecutado por colaboradores de Augusto Pionchet en una solitaria playa de Uruguay, donde se refugió para evitar declarar en un juicio por violación de los derechos humanos en su país.
En el 2006, restaurada ya la democracia, la justicia chilena reabrió el proceso sobre la muerte de Jonathan Moyle y solicitó al Departamento de Estado norteamericano información sobre el caso y la posible vinculación de funcionarios de ese país en los hechos, e incluyó nuevos testigos en el proceso judicial, que augura ser largo y esquivo para llegar a la verdad.

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